Cuando el lenguaje «políticamente correcto» atenta contra la libertad de expresión.

En las universidades de los Estados Unidos el debate plantea por qué el exceso de prudencia en las palabras genera el “no debate” (Shutterstock)
En las principales universidades de los Estados Unidos se abrió un debate sobre cuáles son las mejores formas de expresarse para evitar caer en denuncias por racismo y discriminación
¿Pueden las palabras provocar la unión de los pueblos? Sí. ¿Pueden las palabras dividir a los pueblos? Sí. Pero claro que no son las palabras las culpables, sino el uso que se hace de ellas. Este siglo XXI parece ser un escenario férfil y complejo para que corran estas ¿aparentes? contradicciones. Tan basado en la diversidad cultural, política y religiosa que sin embargo parece ser que el uso de palabras justas y políticamente correctas conforman un debate acerca de lo «no dicho» que opera más para separar que para unir.
En Estados Unidos, esta discusión se dio de manera profunda en varias universidades de diferentes Estados del país del Norte. La revista Newsweek realizó al respecto un informe preciso sobre cómo se extiende y el daño que provoca esta situación de aparente «no debate»; pero que en realidad se trata de un debate efímero y epidérmico, que hoy se da en el interior de los claustros universitarios.
Para los sociólogos, este cambio de paradigma en el uso del lenguaje en las instituciones educativas de EEUU disparó la primera piedra. Allí, la demonización de ciertas expresiones y la amplificación casi inmediata en las redes sociales está provocando una ola de censura encubierta, donde la extrema corrección política pasa a ser un eje primordial.
La universidad siempre fue un campo fértil para la incorrección, para desafiar ideas preconcebidas, para jugar con el lenguaje y transgredir las fronteras mediante la creatividad. Sin embargo, esa óptica rupturista, que caracteriza a los jóvenes, parece en la actualidad estar cambiando.
Uno de los casos más llamativos fue el de Clyde Lynch, quien presidió durante 18 años el Lebanon Valley College. En su honor, hace un tiempo bautizaron al edificio principal con su nombre. Sin embargo, un grupo de estudiantes comenzó a juntar firmas y adhesiones en las redes sociales para cambiar la denominación. Los motivos no dejan de ser sorprendentes. El rechazo no está relacionado con la conducta de Lynch, ni con su trabajo, sino con el significado de su apellido, ya que «lynch», en inglés, significa linchar y en los petitorios aducían que el nombre del edificio tenía «connotaciones raciales».
Algo similar le sucedió a Eve Ensler, la reconocida dramaturga estadounidense, quién jamás se imaginó que una representación de su obra Los monólogos de la vagina, interpretada cientos de veces por miles de artistas alrededor del mundo, sería cancelada en un colegio de mujeres por ser ofensiva contra las «mujeres sin vagina».
Según los especialistas, estas nuevas camadas salen a un mundo sin reglas, pero con la contradicción de «vivir en lo prohibido», donde ciertas conductas verbales resultan ofensivas y donde los nombres de las personalidades más crueles de la historia están resaltados en monumentos y edificios públicos.

La tapa de la revista Newsweek puso el debate en la picota
En los últimos años los programas de estudio norteamericanos han ido cambiando: buscan reflejar las nuevas sensibilidades sociales. Los libros ahora vienen con «advertencias gatillo» –trigger warnings, en inglés- un concepto originado en Internet para advertir a las personas con trastorno de estrés postraumático -veteranos de guerra, sobrevivientes de abuso infantil y otros- sobre los contenidos que podrían «activar» un fantasma psicológico del pasado.
Otra de las conductas que causaron revuelo fue la postura de estudiantes de la Universidad de Columbia, quienes están dejando de leer mitología griega para no despertar impresiones del pasado relacionadas al abuso sexual. Y mientras que en Rutgers University realizaron una huelga de «libros caídos» por los textos de Virginia Woolf ante el temor a «activar» tendencias suicidas.
Más de la mitad de los colegios y universidades de Estados Unidos tienen códigos de expresión restrictivos y, de acuerdo con un observatorio de la censura, 217 instituciones -incluyendo algunas de los más prestigiosas- tienen códigos de expresión que «sin ambigüedades inciden en la libertad de expresión».
La Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos se ha interpretado en términos generales, dando a los estadounidenses algunos de los derechos de expresión más amplios del mundo. Sin embargo, en las últimas dos décadas, y especialmente en los últimos años, los administradores universitarios y muchos estudiantes han tratado de limitar el uso de algunas palabras y han generado movimientos para restringirlo en las aulas también.

En las universidades de Columbia y Rutgers la sensibilidad acerca de textos de Virginia Woolf y otros escritos ya generaron polémica (The Atlantic)
Para proteger a los estudiantes de la incomodidad de tener que escuchar las ideas y opiniones de otros que puedan dañar sus creencias, el Departamento de Educación de Estados Unidos entre otras autoridades educativas- han señalado al «discurso» como una «conducta verbal que potencialmente puede violar los derechos civiles de las minorías y las mujeres».
El contraste del discurso anti minorías de Donald Trump
Algunos campus universitarios están empezando a parecerse a la Oceanía de George Orwell con su policía del pensamiento. Los periódicos estudiantiles se debaten ante la elección del uso de algunos vocablos y los estudiantes que hacen uso de frases y expresiones calificadas como «discurso del odio» son señalados por el resto. En paralelo, las redes sociales todo lo amplifican y lo comunican como un ojo omnipresente y protagonista vital de este tiempo.
Los profesores también se enfrentan a la posibilidad de ofender accidentalmente a cualquier estudiante y es por eso que están reconsiderando los planes de estudio y la restricción de las discusiones en clase sólo a cuestiones simples y «lavadas». Un profesor de la Universidad de Brandeis tuvo que atravesar recientemente una investigación administrativa secreta por acoso racial después de usar la expresión «espalda mojada» en clase, que se considera ofensiva y dirigida a los inmigrantes mexicanos que quieren ingresar a los Estados Unidos.
A medida que las universidades se han convertido en bastiones de una corrección política rigurosa, en la arena política se destaca un ambiente muy distinto. Y lo más manifiesto es la posición del candidato republicano a la presidencia, Donald Trump. Él se caracteriza por repartir macro-agresiones a diario y con un uso de expresiones muy políticamente incorrectas. Sus discursos incluyen acusaciones sobre la supuesta «portación de criminalidad» de los hispanos y musulmanes o comentarios que contienen expresiones que promueven la violencia de género sobre la gordura o fealdad de sus rivales mujeres políticas. Este tipo de discurso, en la actualidad, sería casi imposible que ocurriera en la mayoría de los campus universitarios.

Mientras que algunos textos como los de Virginia Woolf despiertan “traumas”; el discurso misógino del candidato republicano Donald Trump contrasta con la corrección política de las universidades (Shutterstock)
Algunos líderes de negocios, escritores, políticos y hasta cómicos están siendo excluidos de los campus para evitar incomodar a las minorías -o a la mayoría-. La primavera en Estados Unidos es la estación donde ocurren los discursos de graduación y que ahora se denominó con ironía «temporada de no invitación». Los estudiantes y las universidades debaten acaloradamente sobre la idoneidad moral de quienes hablan en las graduaciones y se involucran en peleas sobre si los oradores ligeramente controvertidos merecen estar detrás de un podio.
Algunos incluso declinan el convite. Christine Lagarde, directora del Fondo Monetario Internacional y una de las mujeres más poderosas del mundo, canceló recientemente un discurso en la Universidad de Smith, uno de los colegios de mujeres más preeminentes de los Estados Unidos, después de una protesta contra ella en Facebook de estudiantes y profesores, a raíz de su conexión con los «capitalistas globales».
Los temas sobre diversidad sexual y raza son los que generan mayor debate con respecto al rol de la universidad. ¿Es un laboratorio para experimentar cómo hacer una sociedad más amable y justa? ¿O se trata de un campo de entrenamiento para el cerebro, donde las mentes jóvenes son desafiadas por otros puntos de vista para aprender a defender los propios? ¿O ambos?
Irónicamente, los jóvenes que claman por las «advertencias gatillo» es una generación criada por los valores de hombres y mujeres que alcanzaron la mayoría de edad en la década de 1960, en pleno auge del movimiento pro libertad de expresión de la Universidad de Berkeley, California que estableció un nuevo estándar para hablar sin restricciones. El Free Speech Movement (FSM).

Las universidades solían ser el espacio para lo disruptivo. Ya no (Shutterstock)
El movimiento de censura en los campus de hoy es un impulso profundamente conservador, incrustado dentro de una cultura permisiva y decadente que está muy lejos de ser «segura».
Cinco meses atrás, la Universidad de Yale organizó el debate Inteligencia Squared para analizar la proposición «La libertad de expresión está amenazada en el campus». Allí, cuatro destacados profesores y escritores argumentaron durante 1 hora y 45 minutos. Después, el público votó la proposición y el 66 por ciento estuvo de acuerdo. El debate tuvo muy poca cobertura, posiblemente debido a que se realizó el Supermartes, una noche en la que el dueño de las macro-agresiones, Donald Trump, lideró la atención de los medios.
El debate de Yale devino en una discusión acerca de si la demanda de libertad de expresión es en realidad un ataque encubierto a la izquierda. «Debemos tener en cuenta la posibilidad de que lo que realmente está sucediendo es que la libertad de expresión ha sido cooptada por los grupos sociales dominantes, para servir a sus intereses y silenciar a los marginados», dijo el profesor de filosofía de la Universidad de Yale Stanley Jason.
Shaun Harper, director del centro para el estudio de la raza y la equidad en la educación de la Universidad de Pennsylvania desestimó las quejas generalizadas acerca de la censura en el campus, diciendo que «sólo un puñado de las universidades tienen políticas restrictivas y que el racismo en los campus americanos es un problema más generalizado y urgente que la censura». Como prueba de ello, dijo que 8 mil presidentes de universidades y otros directores de alto nivel han llegado a su centro de orientación para saber cómo responder al racismo en sus campus.

Para los especialistas, en algunas universidades hay más problemas de racismo que de libertad de expresión (Shutterstock)
La escritora y abogada Wendy Kaminer, en cambio, argumentó a favor de la idea y coincidió: «La libertad de expresión está amenazada en el campus» y desgranó las estadísticas que muestran que la mitad de los colegios y universidades de Estados Unidos tienen códigos de expresión restrictivos.
Kaminer ha escrito libros y ensayos que critican los movimientos de autoayuda y recuperación, así como la censura, y argumentó que el número de restricciones «vagas» en el habla, los chistes y los gestos en los campus son «demasiados para memorizarlos».
La opinión de Kaminer es interesante, ya que ella misma tuvo problemas con la «policía del lenguaje«. Poco antes del debate en Yale, ella participó en un panel organizado por los alumnos de la Universidad de Smith en Nueva York donde se debatió sobre el desafío de enseñar o no con el libro de Mark Twain «Huckleberry Finn», donde se usa repetidamente la palabra «nigger», forma despectiva de llamar a una persona de descendencia africana.
Opinó Kaminer a la revista Newsweek: «En la clase propuse hablar de estas palabras que sólo podemos mencionar por sus iniciales. Cuando digo ‘la palabra N’, todos oyen la palabra nigger en sus cabezas. Una alumna que estaba presente lo filmó y lo posteó en las redes «fogoneando» un debate sobre el supuesto racismo de la escritora. Fue realmente sorprendente para mí que mis agresores, no pudieran distinguir entre el discurso racista y el hecho de hablar sobre el discurso racista. No hubo diferencia«.
El jurista y crítico cultural Stanley Fish, autor del libro «No hay tal cosa como la Libertad de Expresión», dice que los administradores universitarios deberían ignorar las demandas de censura de los estudiantes, ya que van en contra del propósito de la universidad.
«La investigación académica no puede ser impedida por demonizar a ciertas formas de discurso por adelantado o por santificar a ciertos tipos de discurso con antelación», dijo.
«Lo que estamos viendo no son sólo fobias sobre el lenguaje», dijo Kaminer. «Hemos ido más allá de la corrección política y estamos viendo una disminución real del pensamiento crítico. Si usted no sabe la diferencia entre una palabra citada y un epíteto, entonces usted no sabe pensar».
FUENTE: Infobae
NOTA PERSONAL: Pues todo esto en Europa es aun peor y, si PODEMOS llegara a gobernar en España … ¡¡NI TE CUENTO!! MEJOR SER MUDO.
Gracias por contar esta realidad negada en lo mismo EEUU por la izquierda racista del norte
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Vuelvo a lo mismo, en Europa es mucho peor, ya hay hasta leyes que te pueden encarcelar por, sencillamente, llamar maricón a un gay.
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En ciertos estados del norte en EEUU hemos llegado a eso y peor. Por eso vivo en el sur. Te recomiendo Creeping Sharia en WordPress
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Vi la pagina de Minds y me gusta.
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Estoy suscrito a Creeping Sharia y a otros, como Bare Naked Islam.
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