El aroma del otoño
El lunes volvió a suceder algo extraordinario.
Hace bastante tiempo, cuando mi hija Ana tenía cinco o seis años y era un guá de niña más viva y espabilada que una ardilla, la pillé con una botella de whisky abierta en las manos.
Se me puede recriminar que el alcohol en mi casa sí está al alcance de los niños pero, ya veis, yo prefiero educar a respetar lo de los demás que esconder. Y funciona… Bueno, a veces… Es largo plazo.
Y es mucho más cool.
La niña estaba sentada en el sillón con la botella de whisky apoyada en el regazo y sujeta por el cuello, como un cocinero que está a punto de degollar a un ganso. Yo, evidentemente alarmado, temiendo que ya le hubiera dado un trago (que no había pasado y que tampoco se habría muerto), con un gesto urgente, se la arrebaté y le…
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