Viaje a Aracena – 12
Lentamente, siguiendo una suave línea oblicua que partía del azul y moría en un lentisco, descendimos de las alturas. Las ruedas del coche rozaron las ramas de ese arbusto y tomaron tierra.
Con movimientos bruscos el seíta se abrió paso por el monte. Los vaivenes y los brincos aventaron en un periquete las seráficas ensoñaciones que nos mantenían ensimismados. Unos cuantos trompazos bastaron para disipar nuestro beatífico estado.
Pese a los golpes, no recuperamos el habla hasta pasado cierto tiempo. Una parte de nosotros seguía flotando en el empíreo, lejos de esas enmarañadas zarzas que se empeñaban en inmovilizarnos con sus largos tallos de corvos aguijones.
La carretera se iba ampliando pero sin que de momento el seíta tuviera cabida. Los neumáticos rebotaban a más y mejor.
En uno de esos saltos la cabeza de Carmelina y la de Pedrote chocaron.
“Otro testarazo como ese y me cascas el…
Ver la entrada original 594 palabras más