Viaje a Aracena – 10
Cada cual tenía sus propios puntos de referencia. Los míos eran las chumberas y la casita abandonada. Ninguno de los dos apareció.
Poco a poco nos fuimos relajando. Cuando nos cercioramos de que nos habíamos zafado de ese círculo vicioso, Pedrote lanzó un hurra que tuvo amplia resonancia. Para descargar la tensión nos pusimos a cotorrear. Nuestro parloteo estaba salpicado de vivas que eran coreados a pleno pulmón.
“¡Qué calor!” exclamó Carmelina.
Nuestro alborozo se manifestaba en ataques de risa contagiosa. Pedrote era quien más destacaba. En ocasiones parecía que estaba rebuznando.
“Sé prudente, que esta carretera es peligrosa” me aconsejó Luisa.
Las frondosas encinas estaban cuajadas de amentos. Sus agrietados troncos se abrían en dos gruesas ramas casi paralelas al suelo. Las copas eran inmensas.
Mientras cruzamos la arboleda, guardamos silencio. A continuación el seíta remontó una cuesta y apareció ante nosotros una calle espaciosa, con acacias en…
Ver la entrada original 482 palabras más