Viaje a Aracena – 9
Me preguntaba si sólo yo estaba atrapado en ese segmento espacio-temporal. Y también cuánto duraría la broma. Ese grotesco disfraz de la eternidad, ese vislumbre del infinito consistente en repetir una y otra vez los mismos gestos en un decorado inmutable amenazaban con desequilibrarme.
Me entraron ganas de reír. Primero disimuladamente y luego a carcajadas, di rienda suelta a mi hilaridad.
Me volví hacia mis amigos con los ojos llorosos por ese estallido de risa maligna y, al ver sus caras de circunstancias, se redobló mi jolgorio. Parecían estatuas. Ni el más leve tic los traicionaba.
En un arranque de rabia me puse a zamarrearlos. “¡Despertad! ¡Decid algo!”.
En cuestión de segundos conseguí revolucionarlos. Luisa empezó a gritar asustada. Carmelina no tardó en unírsele. Pedrote, desorientado, preguntaba: “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?”.
Como se limitaban a defenderse, me apliqué a repartir mamporros. “¡Despertad! ¡Despertad!”.
“Que se esté quieto” decía Luisa…
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