Viaje a Aracena – 4
Las tinieblas formaban una masa algodonosa que pronto nos engulliría. Delante se alzaba una muralla de oscuridad, a la que nos acercábamos inexorablemente. La carretera moría de repente a sus pies.
Había encinas que las tinieblas cortaban por la mitad, de un tajo limpio. En cuestión de minutos nos adentraríamos en ellas.
Mis compañeros de viaje estaban tan asustados que no se atrevían a hablar. Era tal el silencio que tuve la impresión de ir solo en el seíta.
Mis amigos no eran más que imágenes reflejadas en el espejo retrovisor. Tres máscaras que flotaban en el vacío.
Mi percepción del tiempo se alteró. Ansié que el coche salvara de una vez la distancia que nos separaba de ese paredón.
A lo mejor, pensé, ese trasto ruidoso no tenía la suficiente potencia para internarse en esa plasta negra y quedaba incrustado en la superficie, como un moscardón en una…
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