¿Se puede crear vida artificial?
Una mañana del frio otoño de 1952, un joven de 23 años cruzaba apresuradamente las calles de la ciudad de Chicago, a esas horas casi desierta. Los únicos testigos eran un repartidor de leche, vestido de punta en blanco con todo y gorra, un borracho mal abrigado recargado en una farola y los chorros de vapor producidos por la calefacción de los edificios colindantes. Espigado y no muy robusto, el estudiante en cuestión se frotaba sus enguantadas manos cuando llegó a la parada del autobús 12 que lo llevaría a su centro de estudios, la Universidad de Chicago. Stanley Miller había recibido su título de ingeniero en su natal Oakland pero prefirió la Ciudad de los Vientos para sus estudios de doctorado. La razón de su impaciencia no era más que la curiosidad. Hacía dos días había iniciado un experimento que podría cambiar el estudio de la exobiología, la ciencia…
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